El proyecto consistió en diseñar y construir un espacio octogonal de dos plantas para actividades terapéuticas, priorizando la conexión con la naturaleza y la conservación del entorno. El objetivo fue crear un salón amplio, luminoso y funcional, manteniendo la mayor cantidad posible de árboles y plantas nativas en el terreno.

La limpieza del terreno se realizó parcialmente con maquinaria y parcialmente de forma manual, y las fundaciones se excavaron a mano para minimizar el impacto. Se utilizaron maderas curadas de eucalipto, muchas de ellas elaboradas artesanalmente. La estructura principal —una pieza en planta baja que recibe las cadenas de tensión y las vigas del primer piso, y otra en la lucernario superior que sostiene el techo— define el carácter del edificio.

Se adoptó una estética de brutalismo en madera, dejando gran parte de la estructura a la vista y respetando la textura natural del material. Todas las puertas fueron recicladas de otras obras e integradas con marcos de eucalipto, al igual que las mesadas de baños y cocina, muebles de pinotea, postigones y mobiliario interior fabricado con maderas reutilizadas, muchas provenientes de un antiguo lavadero industrial de Montevideo. El techo principal es de chapa con poliuretano y cielorraso interior, y los pisos de ambas plantas se resolvieron con chapones colocados en tres capas cruzadas.

Los espacios exteriores incorporan estructuras de eucalipto curado y decks de 1½”, con techos de chapa galvanizada gris. Se instalaron ventanas dobles para aislamiento acústico, un sistema de audio centralizado y luminaria LED cálida en ambos salones. El exterior fue revestido con tablas curadas de frente inglés pintadas a color, mientras un fogón de piedra con forma de corazón genera un punto de encuentro acogedor junto a las hamacas y bancos.